Su
vida no es suya —dice haberla perdido
en
una de sus guerras mercenarias—.
Subsiste
derrelicto, socialmente inadaptado,
sin
auxilio en su deriva.
Le
urge escuchar una voz aprobatoria
algún
encomio que le sostenga.
El
dolor le hace blasfemar y odiarse.
“La
democracia está amenazada
ustedes
luchan lejos; para que el enemigo
no
alcance a nuestro pueblo
y
destruya nuestras casas”:
dijeron,
los que hoy no le escuchan.
Se
aprieta los muñones,
declara
el advenimiento de su fatalidad
contra
su Dios.
Libera
los frenos al borde de la escalera.
La
velocidad impide la ayuda.
El
encontronazo le despide de la silla…
Le
cubren con la bandera.
El
Oficial confunde su nombre
y
habla de medallas inciertas.
La
viuda sufre su futuro
descreída
del presente.
Pichy
Este
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