Se desprende
determinado
y
asume las piedras obligatorias
para escapar del abismo
que guarda su
retraimiento,
esa ofuscación sin defensa
sustrae el deseo mental
de sus nubes
ideológicas,
la gris efervescencia del adiós
a la prisión
de su mente.
Arrastra incorregibles confusiones,
arrogadas
al esmalte de su encono
y asimismo todos los simulados prodigios
marcan a hierro puro
antecedentes
de siglos sobre su piel.
Una
corporación de ejércitos invisibles,
al servicios
de los patrones,
faenan el
sufrimiento en sus espaldas
para humillarle
el pecho.
En las
cicatrices encuentra hospicio
a la ventura
que le proveen los rayos
para
erguirse cuando la hidalguía
requiera la
intrepidez suicida
y la carne
lista al martirologio,
contra la
ejecutoria de los verdugos.
Pichy
Este
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