lunes, 9 de septiembre de 2013

Pedro Mir: un cosmos, un hijo de Quisqueya



Ricardo Riverón Rojas
, 05 de septiembre de 2013

Las apreciaciones sobre la poesía del dominicano Pedro Mir, cuyo centenario se conmemora este año (San Pedro Macorís, 1913-Santo Domingo, 2000) giran en torno a un criterio en apariencia unánime: la enunciación política que recorre todo el corpus de su enjundiosa poética.

No es el suyo un caso único, pues constituye una especie de sino fatal —en Nuestra América quizás con mayor intensidad que en otras regiones— juzgar el devenir poético y político de manera que ambos microcosmos son convocados a integrarse, conflictivamente en un sentido u otro, hasta compulsar a la poesía para que rotule su masa molecular en el veleidoso mármol político.

Acaso la idiosincrasia latina contribuya a incentivar esos apareamientos dicotómicos. Pero también la historia de este amplio conjunto de pueblos, que ha debido soportar el coloniaje y neo-coloniaje, con su adyacente cuota de saqueo, despojo, dependencia y en ocasiones exterminio de sus pobladores originarios, contribuyó a considerar como táctica legítima —entre las muchas banderas desplegadas para sus luchas— izar a su favor el invulnerable arsenal ético de la poesía. El siglo XIX se nos muestra pródigo en figuras que tipifican tal proceder. Baste solo citar a nuestro José Martí para sopesar algunas de sus posibles validaciones.

La costumbre de designar “poeta nacional” a un escritor aún vivo se asemeja bastante a la más antigua de considerar “poetas laureados” a aquellos “nombrados oficialmente por un gobierno y de quienes se espera que compongan poemas para acontecimientos de estado y gubernamentales”. Muchos países conservan la tradición de elevar a algún poeta a la categoría de “nacional”, atributo que asignan las instituciones del estado, casi nunca los pueblos, la crítica o los simples lectores. Entre otros casos —con merecimiento, insisto, pero sin derecho al monopolio del calificativo— México consideró poeta nacional a Ramón López Velarde (1888-1921), Rusia a Alexandr Pushkin (1799-1837), y Bulgaria a Jristo Botev (1848-1876).

En el ámbito caribeño, en Cuba se les confirió la condición de Poeta Nacional, además de a José María Heredia (1803-1839) y Bonifacio Byrne (1861-1936), a Agustín Acosta (1886-1979), y más tarde, tras el triunfo de la revolución, a Nicolás Guillén (1902-1989). Las diferentes posiciones políticas, y los distintos orígenes de los dos últimos provocó (y aún provoca) fuertes disensos. La pregunta obligada sería: ¿qué pautas definen que el autor de Motivos de son sea más “nacional” que el creador de La zafra? Si me dieran a elegir entre uno u otros, a los cuatro citados (y a otros como Eliseo Diego, Gastón Baquero o Fayad Jamís, para citar solo tres) los consideraría Poetas Nacionales de Cuba.

Una situación semejante marcó la dinámica literaria de República Dominicana, donde en 1982 se le confirió, merecidamente, el mencionado galardón a Pedro Mir. Dicha consagración despertó asimismo polémicas en torno a los méritos de Manuel del Cabral (1907-1999) y las opiniones encontradas continúan, pues el consenso, por el carácter parcial y azaroso de los parámetros que se tienen en cuenta para la selección, resulta imposible en este terreno.

Unas palabras de Franklin Gutiérrez reportan utilidad a mi tesis de que esos rótulos, conferidos con énfasis en lo político, dañan la comprensión de la poética nacional en toda su complejidad, pues iluminan en el proscenio, de una manera a veces desmedida, cierta figura: “Pedro Mir y Manuel del Cabral [afirma Gutiérrez] forman el dueto de poetas más celebrado y trascendental de la lírica dominicana contemporánea. El primero, por convertir episodios centrales de la historia dominicana en textos poéticos que reafirman y fortalecen la identidad nacional. El segundo, por la pluralidad temática, la riqueza lírica y la profundidad filosófica de sus versos, pensados como savia enriquecedora de la espiritualidad y la conciencia social del ser humano”. Cobra forma entonces otro cuestionamiento: ¿por qué descargar sobre un solo poeta los atributos de una “nacionalidad” tan llena de pluralidades y vericuetos líricos?

Una vez posicionado ante estos desencuentros —y dejada atrás la intrascendente proclamación— me complace comentar algunos aspectos de la poesía de Pedro Mir, quien constituye, sin margen dubitativo, una de las voces más originales e intensas de la lírica contemporánea.
Con la aparición de Hay un país en el mundo quedó clara la vocación de Mir por tratar en su poesía temas de reivindicación social. Ejemplo de ello son estos versos: “Hay un país en el mundo / donde un campesino breve, / seco y agrio / muere y muerde / descalzo / su polvo derruido, / y la tierra no alcanza para su bronca muerte”. Al respecto Manuel Matos Moquete, acertadamente, refiere: “En una sociedad como la dominicana, (…) la valoración social y política de Pedro Mir y su poesía da actualidad y renueva las interrogantes acerca del vínculo entre lo poético y lo político, haciendo de esta relación la perspectiva principal para el estudio de la obra poética de este autor”.

Antes que Matos Moquete, Juan Bosch, al enfrentarse a los primeros versos de corte social de Pedro Mir, vaticinó: “¿Será este muchacho el esperado poeta social dominicano?”

Otro estudioso, Enriquillo Sánchez, aporta también claridades sobre la trascendencia social de la poesía de Pedro Mir cuando afirma que “es, sin lugar a dudas, el mayor poeta social de la República Dominicana”.

No obstante la unanimidad en torno al vigor de la poesía de carácter social escrita por Pedro Mir, siento que de sus textos se quedan sin exaltar, con la prioridad debida, esencias estrictamente poéticas, en atención al despliegue de recursos tropológicos, el tono sostenido e intenso, la exactitud del verso, el estilo perfilado y pulido con rigor.

Me sumo a la celebración de uno de sus poemas más difundidos, “Si alguien quiere saber cuál es mi patria”, pues aunque la referencia política está presente de manera inobjetable, las pinceladas que “antidefinen” cuál es su patria acusan una plasticidad sugestiva. Tras la desiderativa de “si alguien quiere saber cuál es mi patria”, el sujeto lírico se autoerige guía: “No quiera saber si hay bosques, trinos, / penínsulas muchísimas y ajenas,  / o si hay cuatro cadenas de montañas, / todas derechas, / o si hay varios destinos de bahías  / y todas extranjeras. // Siga el rastro goteando por la brisa / y allí donde la sombra se presenta, / donde el tiempo castiga y desmorona, / ya no la busque, / no pregunte por ella.”

Pese a que poemas como “El huracán Neruda”, “Amen de mariposas” y el ya citado “Hay un país en el mundo” son altamente valorados, considero que la más ambiciosa aventura lírica de Pedro Mir es “Contracanto a Walt Whitman”, pues el discurso contestatario se define, en el propio tono del “hijo de Manhattan”, pero con un sujeto lírico que se moviliza, con notable habilidad, desde el “yo” al “nosotros” —al decir de Jean Franco— con lo que gana un aire de pluralidad concreta y de amplitud del rico, pero un tanto difuso universo ontológico del creador de Hojas de hierba.

Coincido con Jean Franco cuando afirma que “el poema de Mir es a la vez una celebración de Whitman y una afirmación de diferencias —una celebración del poeta de la gente común y una denuncia del «destino manifiesto» de la nación que Whitman había ayudado a construir”. O cuando concluye: “El espíritu de Whitman sólo puede ser redimido por un nuevo pronombre, el nosotros de todas esas naciones y pueblos que han sido transformados en «otros»”.

Los siguientes fragmentos del Contracanto… resultan elocuentes: “Yo, / un hijo del Caribe, / precisamente antillano. / Producto primitivo de una ingenua / criatura borinqueña / y un obrero cubano, / nacido justamente, y pobremente, / en suelo quisqueyano. / Recogido de voces, / lleno de pupilas / que a través de las islas se dilatan, / vengo a hablar a Walt Whitman // (…) // Que nadie me pregunte / quién es Walt Whitman. / Irían a sollozar sobre su barba blanca. / Sin embargo, / voy a decir de nuevo quién es Walt Whitman, / un cosmos, / un hijo de Manhattan”.

Tras la comparación subyacente, en la cual Mir se identifica con sutileza y se separa denotativamente —rumbo a un plural concreto— del “cosmos” que es Walt Whitman, exalta en su poema la pureza profanada de su territorio natal: “Hubo una vez un territorio puro. / Árboles y terrones sin rúbricas ni alambres. / Hubo una vez un territorio sin tacha. / Hace ya muchos años. Más allá de los padres de los padres / las llanuras jugaban a galopes de búfalos. / Las costas infinitas jugaban a las perlas. / Las rocas desceñían su vientre de diamantes. / Y las lomas jugaban a cabras y gacelas...”. Y escapa, casi con un portazo, del “yo” —plural pero singular— del “Canto a mí mismo”: “(¡Oh, Walt Whitman de barba desgarrada!) / ¡Que de rostros caídos, que de lenguas atadas, / que de vencidos hígados y arterias derrotadas...! / No encontraréis / más nunca / el acento sin mancha / de la palabra / yo”.

La secuencia antes descrita define la estrategia compositiva de todo el Contracanto... que participa, desde irónicas entradas y salidas, del panteísmo con que Whitman define al hombre —de plural individualidad— como centro de todas las ganancias del universo.

En sintonía con la misma lógica que me ha guiado en los presentes razonamientos para desmarcar a los poetas —mirando hacia dentro de cada país— de la condición de “nacionales”, considero que al juzgar la poesía de Pedro Mir, si atendemos al rico contexto de nuestra lengua y evaluamos con justeza la concreción de sus ambiciosos propósitos estéticos, podemos sentenciar sin sobresalto: hay un poeta en el mundo, que vivió en la República Dominicana, en el siglo XX, y supo engrandecer con su palabra y su ideario el tiempo sin edad de la poesía.

Tomado de Cuba Literaria

2 comentarios:

  1. Gracias por el envio de este artículo tan interesante.

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  2. Sabes, lo comparto —sobre todo— porque me llama la atención eso de los Poetas Nacionales, y, en el caso de Cuba: cómo han cambiado de poeta. Aquí se ha discutido lo suyo, al respecto. Porque, en primer lugar, no está escrito sin las condiciones que deben primar son la calidad poética o su posición política...y, en cualquiera de los dos casos, seguirían los desacuerdos. También está la cuestión sobre la designación en vida (cuando no ha concluido su obra). Para muchos, entre los que me encuentro, Guillén —sin negarle sus méritos—, tenía algunos émulos, que se obviaron por razones políticas (pienso yo).

    Gracias + Abrazos

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