Fue sin querer. Lo degollé.
Era un gallo precioso
de plumaje suave y blanco,
caminaba con saltos señoriales
exhibiendo su majestuosidad
y cacareando con cresta erguida
como corresponde a un señor
de casta...
lo siento,
tenía hambre de días.
© Luis Vargas
Me resulta de un realismo estupendo, amigo.
ResponderEliminarFuerte abrazo
Gracias por tu comentario. Es un metáfora de algún deseo oculto contra los gallos señoriales.
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