lunes, 19 de agosto de 2013

Apuntes sobre la cotidianidad y la escritura poética



Es una realidad que desde la primera mitad del siglo XIX, por algunos poetas, comienzan a experimentarse nuevas formas, y,  ya para finales de siglo  es claro el deseo de rompimientos; violentándose la sintaxis y todo orden lógico en la escritura española. Algunos toman formas prestadas por otros idiomas, con menos adjetivaciones que nuestro español; otros van contra todo orden semántico, otros preocupan más por el ritmo, la musicalidad, despreocupados de sugerir o emular objetividades. Pero, muchos buscaron el subjetivismo en la semántica de las palabras, lo que llevaba la poesía hacia el intimismo y el inconsciente: el simbolismo, el decadentismo —que deriva hacia el romanticismo—, como corrientes en la poesía francesa, en contraposición al realismo imperante. Corrientes éstas, con repercusiones en la poesía de habla hispana. Al final, comienza la rebeldía contra los barrotes que delimitan las emociones subjetivas del poeta, cambian significantes de palabras, se crean otras, etc. Atrás quedaba la poesía del llamado “Siglo de oro”, que había trascendido en sus cánones, y marcado  toda la poesía posterior —y que aún forma basamento, o hace sentir sus tangencias—.
Pero, de una forma u otra, la poesía se imbrica con lo cotidiano —somos hombres de “épocas”; de tiempos—, y, los que no asumen la cotidianidad tienen que refugiarse en el misticismo y lo oculto, huyendo abiertamente de la realidad. Mas, aun escribiendo desde las nubes, aun con el mayor hermetismo y propuesto alejamiento, si bien logran un distanciamiento; se ven obligados al ritmo y los giros de la época. La cotidianidad nos tiene.  
Claro, ya no se puede ir a lo cotidiano, a lo real, al realismo, con las fórmulas del pasado. La realidad hay que sugerirla, recrearla; ya en ninguna de las artes, el realismo es “vulgarmente” objetivo.  El realismo no abandona la estética, dentro de él, se crea otro y otras realidades; porque se desea otra realidad, y, a ese real deseo va la poesía —como ninguna otra arte—; porque, ése mundo ideal, nos significa belleza.
El gusto estético cambia por épocas o generaciones. Además, las funciones de la propia poesía se van ampliando, el mundo de la poesía se ha expandido más allá de la búsqueda de la belleza; porque, no sólo lo bello emociona o sacude los sentimientos del hombre. Todo es circunstancia y relatividad; conocemos el mal, en el conocimiento del bien; la belleza, en la repulsa por la fealdad. Entonces nos emociona el mal, porque nos duele y sabemos del bien.
Tampoco es de esperar que todo sea realismo puro —los extremos me resultan fatales—, ¡valga el hermetismo, el intimismo, todo! Porque, pienso, que el poeta debe tener los pies en la tierra y la mente en la alturas.
En la poesía, como música de la palabra, el silencio cuenta. Sin silencio no hay lenguaje, no hay ritmo, no hay el debido tempo; que requiere el poema. La poesía no es discurso explicito, ni contundencias. No es obra de comunicación directa y literal, no, la poesía es sugerencia, señales con códigos, disconformidad expresada en astralidades rebeldes a la praxis, en sinapsis con los sintagmas. El “yo” se diluye, se transmuta, se esconde, se enaltece…el poeta es muchos “yo” en uno. Por el poeta habla el pundonor, la maldad, el gentil, el homicida, el suicida; no hay límites ni seguridad de integración. La persona gramatical es de su antojo, de su arbitrio. Difícil tarea del que quiera desentrañar el verdadero yo, que enuncia en un poema.
El poeta es un creador de mundos, de circunstancias, de tiempos. Y como creador no tiene límites, o no los respeta, él crea un mundo, y, como creador le impone sus leyes. Las palabras no le alcanzan, la semántica académica es pobre para expresar sus emociones, su mundo; por lo que las palabras dentro de un poema suelen asumir otros significados, a veces, no le basta la expansión de una palabra a sus objetivos; por lo que inventa otra, haciéndonos partícipes de su significado. Verbaliza sustantivos, sustantiva verbos; es transgresor consciente de idioma y realidad.
Esa denominación dada a una parte de la narrativa hispanoamericana, de lo real-maravilloso (magnificada en García Márquez y Carpentier), es abundancia en la poesía, principalmente, en nuestro continente; porque es idiosincrasia, contaminación y descendencia de la cultura pre-colombina. La poesía hispana nos llegó impuesta (o vino con nuestros antepasados; siendo herencia para sus descendencias, antes de surgir el ajiaco latinoamericano —el hombre que somos hoy; resultado de mezclas, encuentro-desencuentros, asimilaciones y choques de culturas—), pero, desde ha mucho se distanciaron las poéticas, aunque unidas por el idioma; separadas por realidades y percepciones del mundo; otra naturaleza, otro clima, otra geografía, en fin, otra flora y otra fauna; otro misticismo, en sincretismos y leyendas desarticuladas, etc. Siempre ha sido otra cotidianidad, otro todo. Lo notamos leyendo las estrofas clásicas, de los poetas destacados, de ambas riberas del Atlántico: los mismos patrones métricos y rítmicos, pero, otras voces, otras formas de decir el poema, otros cantos. Las vanguardias más radicales, la poesía social, etc. nacieron de nuestra realidad. Porque el espacio, nuestro escenario, nuestro hábitat, influencia con distinta savia, distinta vertiginosidad nos mueve, entre distintos colores y sonidos ambientales.
Es indudable que las experiencias van a la poética. El poeta crea mundos paralelos, sí, pero están contaminado  irremediablemente con el que vive y sus avatares. De ahí que la poesía, el poeta, sean referencias de su tiempo. Si bien, puede ser intemporal, su viaje al futuro, ilimitado, parte de su presente y acaecimientos vividos.
La poesía está en todo y desde todo lo que nos circunda: la tarea del poeta es encontrarla. La sensibilidad para ver dentro de lo común, la poesía, y saber transmitirlo: hace al poeta. Quizás de ahí, las cualidades que lo distinguen como tal; así como a un científico lo determina las facultades especiales para detenerse a observar los fenómenos de la naturaleza para buscarles explicación y sentido. Al científico luego de la vocación, le acompañan miles de textos que le orientan cómo observar y un cúmulo de leyes, en las que apoyarse para el nuevo paso. La poesía puede estudiarse, puedes licenciarte en letras, ser filólogo; pero, nadie puede enseñarte a ser poeta. Vale muchísimo la cultura, mas, no alcanza. Incluso, puedes nacer con el talento, con el don; pero, el poeta se hace en la soledad, es oficio de aprendizaje íntimo y particularizado. También, es de mucho valer un tutor, un guía, alguien que te indique el camino; pero, el camino tienes que encontrarlo y andarlo a tiempo y dedicación. Leyendo mucho hasta llegar a comprender la poesía, hasta saber leerla; después escribir y escribir, hasta lograr el poema, hasta tener tu voz, tu forma de decir. Y, sobre el tiempo que se necesita para ello, es singular para cada aspirante a poeta. No hay receta, salvo la de sacrificarse y sudar los versos. Muchos lo intentan toda una vida, y no pasan de escribidores de ripios, a otros el poema se les revela fácil, y el esfuerzo es para “pulirse”. Se sabe de analfabetos que improvisan  poemas con suma facilidad, incluso, sobre temas impuestos; claro, no alcanzan la altura del poema escrito. Porque al talento hay que alimentarlo con sabiduría.
La inspiración, que muchos refieren como algo divino, como una iluminación o un ángel que le dicta al oído…es de mucha fantasía. Sí, es verdad, que a veces cuando menos se espera viene una idea a la mente  (corre a copiarla; porque puede que al tiempo se te olvide), y te sientas a escribir y sale el poema de un tirón…mas, salvo excepciones, luego de pasada la emoción, denotas que necesita mucho trabajo para darse por hecho.
Muchos han dicho que la poesía es oficio de vagos: no imaginan lo errado que están. La poesía es oficio que requiere de mucha dedicación, y trae ansiedad, angustias. Un poema suele no terminarse nunca, aun después de publicado, puede llamar a trabajarse a mejorarse. El poeta necesita alcanzar una gran cultura abarcadora, no puede conformarse con ser un gran conocedor del arte literario, no, tiene que saber de filosofía, de ciencia, de historia; la poesía está y va a todo lo objetivo y subjetivo, por lo que el que aspire a ser poeta, tiene que luchar por alcanzar un gran bagaje de conocimientos; para lograr invocar la poesía, donde otros no la ven, y renovarse en lo cotidiano; para lograr los nuevos giros, esa sintaxis singular , los vocablos, el léxico, que renueve su voz, en aras del logro de transmitir y ocasionar emociones, inquietudes, estremecimientos, etc, en los lectores, donde se realiza el poema.
La actualidad es de vértigos y fuertes contracorrientes: la poesía está obligada a extremar intensidades, para estar al ritmo de la vida —de lo cotidiano—.
José Valle Valdés

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