No tomo los signos del abecedario,
para construir poemas con luces de neón,
ni para hacer puzles de palabras
con la rima, la métrica y la estrofa
mal conformadas
como dibujos de lunas en el río,
sino para significar que estoy aquí,
que pienso y siento,
que soy poeta,
que quiero encontrar un destino,
una forma de vida,
una pasión expresada en versos, con ritmo, con inteligencia,
como el cambio necesario de un arte que ya cansa,
hacer alquimia en la probeta del lenguaje,
juntando las letras como si fuera el eco de un eco
formando los caligramas del sentir
y dejarlos colgados del aire.
No quiero hablar de musas, de obsesiones raras,
de amores rancios, o de cómo se peinan los calvos,
sino hacer poesía conceptual, lejos, muy lejos de la ignorancia
cerca de la magia, de la poesía clara, cotidiana,
lejos del vudú y de los gurús poéticos,
de las imágenes hiperbólicas,
de la retórica subliminal;
lejos de los dioses del lenguaje,
de las emociones fingidas,
y de la irrealidad de las ninfas.
Quiero hacer el amor a contrapunto,
cerca de las cosas simples,
cerca de las raíces de la tierra:
como lo hacen los verdaderos poetas-labriegos ,
aquellos que saben extraer la codiciada trufa
con el olfato,
con las manos del cuerpo, con el símbolo de la palabra,
con la palabra de los ojos, con la palabra de los sueños,
musitando la música en la corte del versolibrismo,
con el paradigma de un hipotético e irregular jardín
de las hespérides.
© Luis Vargas Alejo